Recientemente, se me ha permitido observar las maravillas de la catedral de San Pedro del Vaticano. Nada más entrar, si miras a la derecha, podrás observar una escultura que representa a la Virgen María sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús en sus brazos. La escultura, hecha en mármol, es obra del gran artista italiano Miguel Ángel, que dejó su firma en la base para que nadie dudara de su autoría.
Independientemente de la fe de cada uno, esta escultura es una verdadera obra de arte, fruto del trabajo de un gran hombre. Pues bien, sucedió que un tal Laszlo Toth, búlgaro de nacimiento y mentalmente depravado, no pensaba lo mismo allá por 1972. Armado con un martillo, golpeó repetidamente el rostro de la Virgen al tiempo que gritaba: ¡Yo soy Jesucristo resucitado!
Sinceramente, no me entra en la cabeza. ¿Tan grande puede llegar a ser el odio hacia una religión? Y es que existen cosas que además de ser parte de una religión, son parte de nuestra cultura, resquicios de nuestro pasado. Si nos dedicamos a destruirlas por hacer daño a otras personas, ¿Qué nos quedará?
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